No les agrada el fútbol. Es de esta forma y no merece la pena que lo gocen. Son tipos que, aparte de menospreciar el juego, ignoran las intimidades de este hermoso deporte. De ahí que ofrecen peleas imaginarias en las que ponen tierra y minas para constituir sus tribus. Como toda materia que derive en fanatismo, se precisan estos combates falsos, no a fin de que la actividad se sostenga presente, sino más bien para ofrecerle comida a fariseos y chupasangres. De esta forma edifican carrera y currículo, siendo serviciales en las tribunas que no son medios sino más bien juguetes de otros mucho más desalmatados que los chufleteros mediáticos. ¿A quién le importa que todo lo mencionado haya derivado como mucho vulgar de la industria del diversión? Todo vale y todo suma para agregar un puntito de audiencia o unos seguidores mucho más. Si las peleas por las distintas opiniones religiosas fué entre las mayores causantes de muertes en nuestra historia, imagínense, por un momento, hacia dónde se puede regentar esta exposición de fobias, odios y fanatismo que se expulsa, sin vergüenza, en todas y cada una de las interfaces. Este es el planeta de los auténticos hijos puta, esos que hallaron en el fútbol la continuación idónea para dar libertad a la pobreza que los define. Jamás fue tan simple realizar vida en las corrientes de la pobreza. Y nada como un mundial a fin de que el planeta les reconozca. No hay mucho más máscaras ni maquillaje que logre camuflarlos. Jamás se brindaron por enterados de que un partido de fútbol no es la patria, pero un Mundial se juega con el deseo de ofrecer un rato de alegría a los rostros, los coterráneos, los paisanos.
Todos estos bonitos a sueldo de la industria de la estupidez detestan el fútbol por el hecho de que el fútbol no les dio a ellos el sitio al que aspiramos todos y cada uno de los que una vez perseguimos un balón. Se idearon permisos que les diesen un puñado de minutos de importancia, pero la avaricia y la íra les llevó a anhelar mucho más, hasta el nivel de accionar y pavonearse tal y como si hubiesen marcado un gol en la final de todo el mundo. Ahora se conoce, eso que es la conciencia y que nos distingue del resto de animales es un factor de 2 caras que, mal dirigido, lleva a alguno a las fronteras que dividen la cordura de la idiotez. El día de hoy tocaría charlar de la soberbia actuación de Lionel Messi, de la explosión de Julián Álvarez o que la selección argentina es un aparato que protege de manera tan eficiente que los oponentes solamente requieren a su arquero. No obstante, es el mundial en el que todas y cada una de las patrañas quedaron retratadas; la vileza de determinados espacios mediáticos por el momento no puede ocultarse ni disimularse. Antes de retirarme para comprobar nuevamente la fantástica presentación del aparato de Lionel Scaloni dejo una duda de que, con el paso del torneo, me atierra poco a poco más: qué provoca que jóvenes que solamente se empiezan en el periodismo ¿aspiren a formar parte al mucho más rancio de los circos?
El manejo del reloj
“El tiempo, el inexorable, lo que pasó” es el nombre de una enorme canción de Pablito Milanés. Y sí, en el fútbol americano el tiempo es algo preciso. Los partidos se dividen en 4 periodos con una duración de 15 minutos cada uno de ellos. Ni un segundo mucho más ni un segundo menos. El entretiempo dura 15 minutos. Y si hay plus tiempo, este dura asimismo 15 minutos. Además de esto, en el transcurso de un juego se prosigue el tiempo de 2 formas y, por consiguiente, hay 2 relojes:
-El reloj que marca el tiempo que queda del partido.