“Violador, pederasta, putero y maltratador” fue la descripción que la futbolista de españa Paula Dapena logró de Diego Armando Maradona. Mientras que su aparato homenajeaba al fallecido, ella logró servir su queja al Día en todo el mundo por la Supresión de la Crueldad contra la Mujer, probando al unísono el estatuto viril del esprit de corps. La fecha del 25 de noviembre memora la desaparición de las hermanas Mirabal, asesinadas por sicarios del dictador Rafael Trujillo de República Dominicana. Era mucho más que esperable la incomodidad de muchas mujeres que trabajan, militan o se encargan de procurar impedir o arreglar la crueldad que perjudica a tantas otras o ellas mismas. Sintieron que el valor de esa fecha era opacado por la atención trascendente que convocó la desaparición del ídolo habitual. Peor aún, -y es primordial- un ídolo que era un líder de una masculinidad no «desconstruida», y que cargaba con una dilatada lista de deméritos «machistas». No obstante, absolutamente nadie ignora que Maradona fue algo mucho más que un jugador de fútbol. Fue un símbolo bivalente que pasó en la historia de historia legendaria. Varios lo amaron y otros lo odiaron. Y cabe destacar que ese odio se realizó explícito más que nada en 2 campos de la sociedad argentina: los liberales y las feministas.
Para los primeros, despreciadores de todo lo habitual, no formaba un mayor inconveniente condenarlo, indicar sus falencias, abstenerse del homenaje, o rendirle un incierto tributo como el del elegido argentino de rugby. La contrariedad se realizó manifiesta, en cambio, en el campo feminista. Las referentes del movimiento que expresaron su opinión del fallecido fueron acusadas de “traición”. Tal es la situacion de Dª. Mariana Carbajal, que se quejó de la persecución de “este feministómetro que quiere anular quien no se ajusta a su espéculo impoluto” (Página 12, 29-11-20). Ella apuntó que Maradona no había cometido los delitos que le imputaban a sus “hermanas”, como la violación o la pederastia. No obstante, su defensa frente al Beato Trabajo se mostró bivalente al denominar al susodicho como “víctima del patriarcado”. Aquí resulta conveniente rememorar con Elizabeth Roudinesco que en la sociedad progresista la compasión hacia la víctima es la máscara del odio en el Otro. Pero lo que importa es que en el momento en que Dª. Carbajal charla del espéculo impoluto de sus “sororas”, no exagera lo mucho más mínimo. Las compañeras de militancia engloban un neopuritanismo extremista, al que ella misma ha prestado su voz. Es poco importante que las mujeres sean o no las carmelitas descalzas que en este momento quieren ser. Lo atrayente es que el feminismo coincida con la mirada “oligárquica” al enseñar la auténtica raíz del odio a un líder de la masculinidad, que se asienta en su valor como símbolo sexual. Pues si un hombre diviértete con muchas mujeres, va a estar maldito para la Inquisición feminista sin importar un mínimo si las trata bien o mal, sin importar lo más mínimo si es inocente o culpable, sin importar lo más mínimo si está a favor o en oposición a la igualdad de chances para mujeres y hombres. El odio feminista revela de forma manifiesta lo que de manera latente nutre asimismo el odio de “la parte sana y aceptable de la sociedad”, enmascarado tras causas políticas y prejuicios de clase. Pues los hombres asimismo son odiadores de una virilidad que no se deja domesticar.